lunes, 19 de diciembre de 2011

Reflexionemos.



Está claro que la felicidad es escurridiza, dolorosamente escurridiza. Pensar en lo lejana que parece nos hace sentir deseos de abandonar, de huir, de pensar que total, como nunca vamos a poder atraparla, ¿para qué sufrir por ella? Pero cada día que pasa, cada minuto que vivo de mi vida por duro que sea, me enseña que debo luchar por aquello que quiero conseguir, con todas mis fuerzas. ¿Qué me hace pensarlo? Bien, mi vida no es un camino de rosas como supongo que no lo será la vida de nadie, pero por muy mal que se pongan las cosas siempre, cuando acaba el día, he sonreído al menos una vez en esas 24h. Llevaba una semana horrorosa, endemoniada, en serio. Quizá más tiempo. Todas mis sonrisas eran fingidas y pensaba que ya había llegado al final del camino, que ya nada me iba a animar. Pero poco a poco han ido apareciendo cosas que no sé, me han hecho levantarme, seguir adelante y sonreír mirando directamente al frente. Es posible pensar que deben ser cosas exageradamente buenas pero no, son cosas cotidianas, especiales, evidentemente... Pero especiales para mí. Un te quiero susurrado, una sonrisa que proviene de alguien a quien he ayudado o hecho feliz, la vuelta de un ser querido a quien hacía meses que no veía, el conocer a gente estupenda en dos días intensos... No tiene que tocarte la lotería para que tu suerte cambie, no tienes que conocer a algún famoso y conquistarlo ni tienes que hacer 5 años con tu pareja para poder ser feliz. ¿Ayuda? Por supuesto, pero esto es lo que me ha tocado vivir, relaciones frustradas, pero preciosas; vida modesta, pero irrepetible; amigos corrientes, pero maravillosos... ¿Qué más puedo pedir? Pues muchas cosas... Pero todo vendrá con el tiempo. Yo no me voy a rendir, voy a buscar mi felicidad... Y la voy a encontrar. Dime, ¿me ayudas?

No hay comentarios:

Publicar un comentario