Dormía plácidamente entre mis brazos. Era incapaz de apartar la mirada de ella, y con dulzura, recorría una y otra vez el camino de su pómulo perfecto hasta su barbilla con la yema de los dedos, apenas sin rozarla. Era tan gratificante sentir que toda esa belleza, que en ella residía, era solo para mí…
-Buenos días…- abrió los ojos dedicándome una hermosa sonrisa.- ¿Qué tal has dormido?
-No he dormido.- contesté yo acariciándole bajo los ojos barriéndole unas lagrimillas que se le escapaban al bostezar.
-¿Se puede saber por qué? – intentó simular enfado, pero acabó sonriendo y estirando el cuello para darme un beso en la barbilla. Suspiré y sonreí.
-Estabas demasiado guapa durmiendo como para no mirarte.- Se quedó callada acariciando mi pecho, algo pensativa.
-Amor, me dices cosas tan bonitas… pero, nunca me dices que me quieres. – su voz rebosaba verdadera tristeza.
-Te quiero, y lo sabes, te quiero con toda mi alma.
-Pero no quiero que me lo digas por obligación.
-Te lo digo porque lo siento.- empezaba a alterarme un poco, así que me levanté de la cama empezando a vestirme. Ella me observaba desde la cama, tapada con la sábana, cubierta por un leve rubor. La miré, no pude resistirme. Me acerqué y sentándome a su lado, tiré despacio de la sábana, contemplando lo que para mí, era lo más bello de este mundo, su piel, su cuerpo.
-Créeme vida, eres lo que más quiero en este mundo, y no podría vivir sin ti.
- No digas eso, claro que podrías, es más, deberías. Yo sin embargo, no podía morir sin antes oír esto de tus labios.- Con una misteriosa sonrisa se acercó a besarme, y despacio nuestras lenguas guiaron el resto de nuestro cuerpo, fundiéndose entre ellas nos incitaron a fundirnos en uno solo, amándonos como si no hubiese un mañana.
Cuando desperté con ella de nuevo acurrucada en mi pecho, sentí que algo dentro me gritaba que algo no estaba bien. Acaricié su brazo cuan largo era, y las yemas de mis dedos quedaron heladas por el tacto de su fría piel.
- Princesa, despierta.- La zarandeé con suavidad, y me estremecí al volver a notarla fría.- Por favor… - musité.- No puedes hacerme esto….- Seguí zarandeándola pero no se movía, le aparté el pelo del rostro e intenté abrir sus ojos, cerrados como por encantamiento, y al darme cuenta de que la había perdido, lloré. Lloré como un crío que pierde a su madre, la estreché contra mí, gritando su nombre, preguntando al cielo, preguntándole a ella
-¡¿Por qué?! Dios… la necesito conmigo, no puedes hacerme esto.- Besé sus pálidas mejillas, sus violáceos párpados, su cuello… y al llegar a sus labios observé como una leve sonrisa se dibujaba en ellos. Ella lo sabía.
-Cuanto lamento no haberte dicho más veces lo mucho que te amo.- susurré, y seguí llorando abrazado a ella, esperando que el sueño me venciese o que, con suerte, la muerte viniese a llevarme junto a ella.
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