viernes, 13 de noviembre de 2009

A Sweet New Beginning

Abrí los ojos en la cama, aquella cama. La misma sobre la cual había dormido abrazado a ella tantísimas veces, la misma sobre la cual la había hecho mía por primera vez, y luego otras tantas…
Aquella cama en la que la había amado por última vez, donde ella finalizó sus días, entre mis brazos. Pensar en ello no ayudaba, así que me levanté y me fui directo a la ducha. Esa ducha también me traía muchísimos recuerdos…
-Quizá debería vender la casa…- Murmuré. Pero realmente no podía pensar en ello seriamente, no podía pensar en echar todo por la borda, porque parte de Julia aún permanecía conmigo gracias a aquella casa. Salí de la ducha, me vestí con unos vaqueros algo desgastados y una camisa negra, me la remangué hasta por debajo del codo y me asomé por primera vez al espejo después del entierro. No me consideraba un hombre atractivo, aunque tampoco podía decir que era desagradable de ver. Mi pelo castaño estaba desordenado, pero me daba un aire descuidado que no quedaba mal, y el color hacía juego con mis ojos, que son del color de la miel. Tenía un cuerpo atlético, a Julia le gustaba que hiciese deporte, y claro, ¿Qué podía yo negarle a Julia? Me fijé en mis ojeras y mi cara demacrada, pero no les di importancia, cogiendo las llaves del coche me dispuse a dar una vuelta. Necesitaba algo de aire, pero antes de salir, me acordé de la flor que aún debía permanecer en el traje.
- Probablemente se haya estropeado.- aventuré fastidiado. Pero al sacarla del bolsillo la flor estaba intacta, tan bella como al momento de recogerla de la lápida. Negué con la cabeza, sin alcanzar a comprender, y saqué el álbum de fotos que guardaba en la mesilla de noche. Nunca llegamos a empezarlo… cuánto me arrepiento…pegué allí la florecilla con celo, y salí de esa casa repleta de tristes recuerdos. Arranqué el coche… ¿hacia dónde dirigirme?, sin ella no tenía ganas de nada, necesidad de nada sino de ella. Cuando estaba parado en un semáforo, advertí que habían abierto una nueva cafetería, me encogí de hombros y me dirigí hacia el aparcamiento. No estaba mal el sitio, parecía cálido y acogedor. Me senté en una esquina y ojeé la carta a la espera de que me atendiesen. Pensé que ojala Julia hubiese estado allí, ya que aún recordaba cuando se quejaba porque no había sitios bonitos para pasar una tarde en la ciudad. Recordé todas las tardes que nos quedábamos en casa, yo leyéndole algún poema de Bécquer, mientras ella preparaba café y gofres. A ella los gofres no le gustaban nada, pero era por darme a mí el gusto, Julia era así. No me percaté de que estaba absorto en mis pensamientos hasta que la camarera no me chasqueó los dedos en la cara.
-Perdona, ¿vas a tomar algo?- Alcé la vista y me quedé paralizado un segundo más. Mirándome con los brazos en jarra había una chica de tez poco bronceada, pelo castaño largo y recogido en dos trenzas. Sus ojos, abiertos y atentos, eran de un color marrón tierra, eran los ojos de quien había sufrido mucho pero había aprendido a ser fuerte. Tenía también un cuerpo de mujer deportista. Me recordaba tantísimo a ella…
La chica enarcó una ceja y al ver que no reaccionaba puso los ojos en blanco.
-Todos son iguales.- Murmuró.- Perdona, ¿piensas quedarte ahí mirando todo el día?- No pude evitarlo, me eché a reír, de lo cual me arrepentí en el acto, pues por la falta de costumbre me dolía la cara al hacerlo. La chica alucinaba. Así que me apresuré a disculparme.
-No, perdona, es que me recordabas a alguien, y me he quedado en estado de shock, discúlpame.- Ella me echó una mirada escéptica.
- Bueno, al menos no eres un pervertido. En fin, ¿vas a pedir algo?
- Claro, claro, eh… ¿me recomiendas algo en especial con respecto a los dulces?- se paró un momento a pensar, y encogiéndose de hombros contestó.
- Lo más bueno de aquí son los gofres, aunque he de admitir que a mí no me gustan.- se le escapó una risita divertida.- ¿a ti te gustan?
- La verdad es que son mi dulce favorito.- Ella se mordió el labio, como intentando pensar algo, y de repente dio una palmada resuelta y sonriendo me dijo.
-Bueno, pues te invito yo a un gofre con nata y sirope de fresa que te vas a chupar los dedos. ¿Y para beber?
- No, no, no puedo dejar que me invites, enserio, yo pago, para beber un descafeinado de máquina.- La chica me miró enarcando una ceja y se rió diciéndole al chico de la barra.
- ¡Luis!, ¡apunta para la mesa 12 un café y un gofre con nata y sirope a cuenta de Julia!- Esta vez la parálisis fue total. Me quedé petrificado y la miré interrogante.
-¿C...Cómo has dicho?-tartamudeé.
-Que te invito.- Se me quedó mirando sin comprender, y de repente pareció darse cuenta.- ¡Ah! ¿Lo dices por lo de “a cuenta de Julia”? Así me llamo, encantada. Tú te llamas….- me dedicó una sonrisa encantadora, que helaría mi sangre si no estuviese ya helada por la sorpresa. Alzó una ceja en respuesta a mi silencio.- Bueno, si quieres permanecer en el anonimato…
-Mar…Mario, me llamo Mario.-Conseguí balbucear.
- Bueno Mario, que te aproveche la merienda.- Me sonrió y se alejó cuando una compañera suya dejó un plato en mi mesa con el café y el gofre. Minutos después la vi saliendo de un cuarto de detrás de la barra, ya sin el uniforme. Me había atendido aún sin estar de servicio… No sabía que pensar, pero lo que sí sabía es que no era la última vez que pisaba esa cafetería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario