No podía dejar de dar vueltas por mi cuarto. Mi mente solo pensaba en esa chica que ha resultado ser idéntica a Julia, tan idéntica que se llama igual. El corazón me iba muy rápido, me senté en mi cama y abrí el álbum de fotos donde coloqué el Nomeolvides.
La flor no se había secado, y ya no me sorprendía. Algo raro estaba pasando, y no sabía qué. Quizá solo era mi imaginación, mucho tiempo libre mal empleado. Hablaría con el jefe para decirle que estaba en plenas facultadas para trabajar esos días. Miré el teléfono, pero enseguida deseché la idea, ya que era domingo, no me iban a coger el teléfono en la oficina.
-¿Qué puedo hacer?- murmuré para mí mismo… Eché un vistazo al reloj y me percaté de que eran las diez de la mañana. Automáticamente me rugió el estómago. Me levanté para prepararme el desayuno, pero al ver las llaves en la encimera me lo pensé mejor, me puse unos vaqueros negros, una camisa azul y salí sin mirarme al espejo ni siquiera.
Cogí el coche y en cinco minutos estaba de nuevo en aquella cafetería sin darme cuenta.
Entré, miré alrededor y no la vi.
-Seré idiota…- musité. Pero sentí como alguien a mi espalda colocaba sus manos en mis ojos.
-¿Quién soy?- una voz dulce, segura, femenina…
-Eh…esto… ¿la camarera invito-a-gofres-aunque-se-nieguen-rotundamente-a-aceptarlo?- algo me golpeó la rodilla por detrás. Me reí.- ¿Julia?
-Mucho mejor graciosillo.- en un visto y no visto se plantó delante de mí, vestida sin el uniforme.
-Eh, ¿Y tu uniforme?
-Hoy no trabajo, los chicos se arreglarán sin mí.- se encogió de hombros sonriendo.
-Entonces, ¿qué haces aquí?
-Te vi algo sorprendido ayer, así que supuse que volverías.- quería que la tierra me tragase.
-Eh…yo… verás… es que me recuerdas… bueno, y yo…claro…- la chica me miraba aguantándose la risa. Un detalle por su parte.
-Anda ven, vamos a desayunar y me lo cuentas, que si no nos da la hora de la cena.- me agarró la mano y me llevó a una mesa al fondo de la cafetería. Se sentó frente a mí y entrelazó los dedos apoyando la barbilla sobre ellos.
-Bueno, ya puedes empezar.- Me dedicó una dulce sonrisa. Suspiré. Era su sonrisa… Tomé aire y me dispuse a contarle a una desconocida que pensaba que la presencia de la mujer de mi vida me sigue desde que la enterré y que me daba la impresión que parte de esa presencia estaba encerrada en ella, como dije antes, una desconocida.
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