
Sentía cómo la brisa me acariciaba los pómulos. El cielo nublado y la tenue llovizna que caía sobre mi pelo hacían aún más intensa esa sensación de angustia que me oprimía el pecho, que hacía que se me irritasen los ojos y apretase los puños dentro de los bolsillos de mi chaqueta.
Miré alrededor esperando ver a alguien. No sé muy bien a quién. Me daba igual… Solo quería ver una cara conocida, estrechar una mano firme, besar una mejilla tibia, unos labios suaves.
Me engañé, me convencí de que llegaría alguien en cualquier momento. Bajé la mirada al suelo, me senté en un banco y froté mis manos heladas. Las miré como si las viera por primera vez. Hacía tanto que no sentían un tacto ajeno... Cerré los ojos un momento, con fuerza. Recordé todas sus caras, los sentimientos que día a día nos confesábamos hasta que las palabras que usábamos para ello casi perdían su sentido. Era imposible, tenían que estar allí. Sonreí y abrí los ojos, irguiéndome muy despacio… Pero cuando mi cabeza terminó de alzarse fui consciente de la verdad: allí solo estábamos mi soledad y yo.
Un grito silencioso que surge de mi pecho
Se expande por mi cuerpo y no me deja ni pensar,
Pasa desapercibido, no hay nadie a quién gritar.
Mis ojos luchan por retener las lágrimas que se rebelan
Y ansían liberarse, descendiendo por mi cara,
Lamentando batallas perdidas, heridas ganadas.
Encojo mis hombros como si alguien me abrazase,
Pero lo cierto es que no hay nadie y siento roto el corazón,
Una vez más quedamos a solas mi soledad y yo.
http://www.youtube.com/watch?v=83PO-hVeo3M
Ya sabes, es tremendamente egoista estar solo en la soledad
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