lunes, 19 de enero de 2015

Sometimes, love is not enough.

Di una vuelta más a mi café, más por costumbre que por otra cosa. Estaba helado de todas maneras. Sentí cómo la taza temblaba cuando ella se sentó al otro lado de la mesa y, aunque toda mi alma me pedía que me levantase y me marchase de allí corriendo antes de echarme a llorar, alcé la vista y la recibí con una amable sonrisa. 

—Qué sorpresa verte por aquí. 

—¿Una sorpresa desagradable? —Preguntó, con un tono bromista que encerraba verdadera preocupación. Yo negué con la cabeza.

—Eso nunca. —Parecía más tranquila. Bien. Di un sorbo a mi café e hice una mueca. Helado y amargo, qué adecuado. Ella jugueteaba con la cremallera de su bolso y torcía ligeramente las comisuras, como siempre que no sabía cómo abordar un tema. Sentí una punzada de dolor al darme cuenta de cuánto seguía conociéndola, pero compuse mi mejor expresión irónica y enarqué una ceja—. ¿Y bien? No me digas que has hecho un largo camino solo para verme desayunar... 

Se apartó un mechón de pelo de la cara y se lo colocó tras la oreja mientras sonreía azorada. Aquello solía hacerlo yo. Cómo cambiaban las cosas. Acaricié distraídamente un desconchado en el borde de mi plato mientras dejaba que pusiera sus ideas en orden. Menos mal que no tuve que esperar mucho. 

—No quiero hacerte daño. 

—Esto promete... —Fingí una suave carcajada, aunque ella posó su mano sobre la mía mientras clavaba sus ojos en los míos. Sabía detectar con toda exactitud cuándo usaba el humor como coraza. No era el único que aún recordaba. Suspiré—. ¿Cuándo es? 

Casi podía oír su corazón latiendo a toda velocidad dentro de su pecho. Había acertado, claro. Diría que sentí cómo se me rompía el corazón, pero cada trocito estaba perfectamente apilado dentro de mí desde hacía mucho tiempo. Giré la mano para tomar la suya y la llevé a mis labios. Un solo beso en los nudillos me hizo evocar tantos recuerdos que me dió vueltas la cabeza. Cerré los ojos durante un momento y volví a sonreírle. 

—Eh, no tienes que estar nerviosa. Lo grave hubiera sido que no quisieras invitarme. Sabía que pasaría, te mereces la boda más hermosa que alguien pueda ofrecerte. —Ella bajó la mirada pero no me hacía falta ver sus ojos para saber que estaba llorando.

—No sabes lo que hubiera dado porque fueras tú, lo que hubiera dado para que lo nuestro funcionase. Pero lo estropeé todo, éramos un imposible... —Hablaba con la voz entrecortada por los sollozos. No hubo ni un segundo de duda, ni una chispa de esperanza en el fondo de mi alma. Sabía que no lloraba por lo que éramos, sino por lo que podríamos haber sido. Yo también lloraría por eso. 

Cogí aire y me levanté. Rodeé la mesa para poder abrazarla torpemente con un brazo mientras sus hombros se sacudían violentamente. Mis labios buscaron su coronilla y depositaron allí un beso. Me demoré unos segundos más de lo adecuado, pero luego me incorporé e hice que me mirase cogiéndola de la barbilla. Tenía la nariz colorada y los ojos almendrados más brillantes que jamás había visto. 

—Cuenta conmigo, ¿vale? Mándame un mensaje, allí estaré. No tengo intención de perderme el día más feliz de tu vida. Y no te culpes, yo dejé de hacerlo hace mucho. —Dejé el dinero del café sobre la mesa y empecé a alejarme aunque, antes de haber dado el segundo paso, me volví. Sus hombros ya no se movían pero tenía la mirada más triste que jamás había visto. Quizá no era necesario, pero algo empujó las palabras hasta que se despeñaron por mis labios.

—Fueron las circunstancias las que nos convirtieron en imposible.


No hay comentarios:

Publicar un comentario