domingo, 24 de octubre de 2010


Entró en la habitación y cerró con un portazo. Le picaban las manos de furia. Se tapó la cara con ellas y de repente, sin previo aviso, le propinó una patada a la silla, volcándola. Sin saber por qué, eso mermó su ira. Respiró hondo y barrió con el brazo todo lo que había en la mesa, en las estanterías, en la cómoda. Pateó los libros y adornos que caían al suelo, gritando incoherencias. Un dolor agudo en el pie llamó su atención. Se agachó y cogió una foto con el marco roto. Miró los ojos de las personas que aparecían en esa foto y, dejándose llevar de nuevo por la rabia, oprimió el borde del marco, rompiéndolo aún más y clavándose los cristales que se hacían añicos en las manos. Tiró la foto con desprecio al suelo y la pisoteó vigorosamente. Se arrancó uno a uno los cristales de la palma de la mano y dejó brotar la máxima sangre posible, hasta que casi se mareó. Se acercó a la pared blanca, y mojando los dedos en su propia sangre escribió en ella: te amo. Miró el destrozo provocado en la habitación y salió como un torbellino. Cuando se paró en el pasillo, aún mareado, se encontró con un chico, el cual miró curioso la sangre que cubría sus manos. Como única respuesta, se encogió de hombros y murmuró:
- Amar duele.


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