viernes, 1 de julio de 2011

Pestañeo.


Dos gotas de agua corrían por la superficie del cristal. Yo me entretenía, observándolas y apostando cuál llegaría primero al marco de la ventana. Mientras, otra parte de mi mente estaba pensando, reflexionando y dejándose llevar por el aire taciturno del cielo aquella noche. Las nubes, cada vez más negras, se agolpaban y descargaban litros y litros de agua sobre la ciudad. En las carreteras se podían ver auténticas riadas, pero no le preocupaba a nadie, para algo estaba el sistema de alcantarillado. El viento soplaba fuerte, haciendo que la lluvia cayese en diagonal, golpeando con fuerza los cristales de las casas y que los paraguas de los más osados que se atrevían a salir a la calle, acabasen vueltos del revés. Cuando fijé de nuevo mi vista en las gotas, habían desaparecido. ¿Cuál habría ganado? Suspiré. En mi interior yo sufría mi propia riada, la riada de mis sentimientos, que arrasaba con todo, tiraba árboles, se llevaba coches por delante, entraba hasta mi propio refugio y me ahogaba sin compasión. ¿Qué era lo peor? Bueno, supongo que yo no tengo sistema de alcantarillado, tendría que vivir un tiempo sin respirar.

Sin respirar… Qué delicia. No tener que respirar, no tener que sentir dolor cuando intentas hacerlo y llorar a la vez… De hecho, ¡no tendría ni que llorar! Vaya… ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Sin darme cuenta, estaba caminando hacia el cuarto de baño y saqué el botiquín. Maldita rutina… Ya iba a por las pastillas sin darme cuenta. Saqué el bote y lo miré con atención. Pestañeé, bueno, o eso me pareció. Cuando abrí los ojos ya estaba andando por el pasillo, me acerqué a mi madre y le di un beso en la sien. Me reí al ver su cara. ¿Hace cuánto que no le daba un beso? Le susurré que la quería y de nuevo pestañeé, encontrándome medio segundo después abrazando a mi padre. Eso sí que fue una sorpresa. Me ofendí cuando me dio a entender que no iba a perdonarme la factura del móvil ese mes, pero no dije nada.

Volví a pestañear. Me encontraba en mi cuarto, en mi escritorio, escribiendo algo. Mis lágrimas apenas me dejaban ver lo que escribía, pero lo hacía mecánicamente. Cuando acabé, me retiré y destapé la cama. Sonreí, sintiéndome a salvo entre mis sábanas. Cerré los ojos y por un momento pasó por mi mente todo aquello que había hecho en el día sin darme cuenta. Había ganado la gota de la derecha, aquella por la que aposté, después de hablar con mi madre había hablado por teléfono con alguien importante, hasta que mi padre me mandó a colgar y fue cuando le abracé. Luego hablé con mis hermanas, me interesé por mis sobrinos, reí, bromeé… Y me fui a la cama. ¿Qué me falta? Ah, sí. Estando en el cuarto de baño, había vaciado medio bote de pastillas en mi mano, tragándomelas todas con mucha agua. Volví a sonreír y pensé: sin respirar… Qué delicia. ¿Después? Nada. Solo… Nada.

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