domingo, 3 de julio de 2011

Zeloak.

-Brrr, me voy a helar. – Me froté las manos con fuerza, intentando entrar en calor. Levanté la vista y decidí entrar en el café de enfrente. El sonido de la campanilla de entrada y la ola de calor que me envolvió cuando crucé la puerta me hicieron soltar un suspiro de alivio.

-Esto es otra cosa.- Con una sonrisa me acerqué a la barra para pedir un buen café caliente. La camarera me guiñó un ojo cuando hice hincapié en la palabra “caliente” y temí haberle dado una idea equivocada. Me giré mientras esperaba y de repente sentí como un mazazo. Allí estaba ella, el amor de mi vida, sentada en una mesa a una docena de pasos de mí. Sus piernas cruzadas bajo la mesa y su sonrisa, su sonrisa picarona… Sobre los labios de otro.

El aire empezaba a faltarme ya. ¿Cómo eran capaces de olvidar que estaban en público? La lengua de él recorría sus labios, ella la atrapaba entre sus dientes y la acariciaba con su propia lengua. Se podía ver perfectamente cómo la mano del chico se deslizaba bajo la mesa acariciando la cara interior de sus muslos, hasta me pareció oír el suspiro ahogado que salió de los labios de ella… El hilo de mis pensamientos se vio roto cuando unos labios rozaron mi oreja, sintiendo una respiración templada mientras alguien me susurraba.

-¿Piensas unirte o te da morbo limitarte a mirar?- Di un respingo que casi me caigo del taburete de la barra. Al girar la cabeza para ver quién era el responsable de que estuviese al borde del infarto me encontré con una mujer… ¡Y qué mujer! Estaba hecha para seducir. Medidas perfectas, tez levemente bronceada, ojos de un verde tan claro y tan curioso que casi parecían amarillos. Y lo mejor: una cascada ondulada y pelirroja caía sobre su espalda, llegándole a los glúteos.

Tragué saliva y ella rió coquetamente, acercándose a mí y poniendo las manos sobre mis hombros. Yo no entendía nada, pero vi por el rabillo del ojo cómo la chica de mis sueños se iba de la mano con aquel tipo, riendo y con una mirada para nada inocente. Sentí un dolor punzante y creí que era fruto de los celos, pero no. La pelirroja misteriosa estaba clavando sus uñas en mi cuello, adonde sus manos habían subido despacio sin yo darme ni cuenta. La miré con rabia, incluso con desprecio, pero ella se rió con más ganas, deslizando sus uñas por todo mi cuello, marcándomelo con líneas rojas de la irritación.

-¿Conoces algún sitio más íntimo? – Susurró pegando de nuevo su boca a mi oído. Yo pensé en lo que acababa de ver y tiré de ella, sacándola casi a rastras del café, olvidando por qué había entrado allí. La llevé al motel más cercano y allí la tiré en la cama, dispuesto a olvidarlo todo, a desatarme. Pero estaba equivocado, allí no mandaba yo. Cuando me incliné sobre ella para quitarle la ropa, ella giró para quedar encima de mí, me arrancó la camisa sin ningún miramiento y volvió a clavar las uñas en mi piel, bajando desde mi clavícula, pasando por mi pecho y hasta llegar a mi vientre.

-¡Eh! Pero… -Intenté incorporarme pero ella volvió a empujarme contra la cama, se quitó la camiseta y cuando alcé las manos para acariciarla ella las aprisionó con las suyas, atándolas en el cabecero de la cama con su camiseta, con más fuerza de la que yo podría haber imaginado en un cuerpo tan delicado.

-¿No piensas dejar que te toque? – Murmuré, algo fastidiado. Ella hizo un gesto negativo mientras me miraba con picardía, perfilando sus propios labios con la lengua e inclinándose en mi cuello, mordiéndolo con tanta fuerza que casi sentí cómo mi piel cedía y comenzaban a formarse gotas de sangre sobre la marca de sus dientes.

El grito que quise proferir fue ahogado en la boca de ella, que me besó con pasión, acariciando mi lengua con la suya en un vaivén intenso, se movía sobre mí con un ansia que era casi irracional. Sus manos exploraban mi cuerpo, desnudándome sin yo tener ni que moverme, pero aprovechaba cualquier ocasión para clavar en mí sus uñas, para arañarme con fuerza o darme pellizcos intensos que hacían que se me saltasen las lágrimas. Dejó de besarme y cuando ya no podía soportar más dolor, comenzó a darme besos por el cuello y el pecho. Suspiré aliviado, pero hice una mueca al notar cómo intercalaba mordiscos nada suaves entre beso y beso, lamiendo luego la zona irritada.

Me terminó de desnudar y empezó a darme placer, placer de verdad, sin dolor. Volví a bajar la guardia entregándome a los jadeos que salían solos de mi boca y a los espasmos que sacudían mi pelvis mientras ella hacía maravillas con sus labios y su lengua de una manera sobrenatural. Pero no debí relajarme.

Lo que empezó como mordisquitos traviesos acabó siendo una tortura, presionaba sus dientes de vez en cuando haciéndome ver las estrellas, mientras me hería las piernas, llevándose parte de mi piel en sus uñas. Yo gritaba y gemía a partes casi iguales, ya no sabía cómo reaccionar. El dolor se alzó frente al placer, yo cerraba los ojos con fuerza y todo se tiñó de negro. Apenas podía sentir ni mi respiración, solo sentía la oscuridad que me envolvía… Y el dolor. Eso siempre estaba ahí.

Abrí los ojos, sintiéndome magullado por completo. Parpadeé varias veces y miré a mi alrededor esperando ver a esa loca sadomasoquista, pero había abandonado la habitación.

-Debí imaginarlo.- Suspiré y me levanté, dirigiéndome al cuarto de baño para lamentarme por mis heridas de guerra, pero me quedé boquiabierto cuando me asomé al espejo y vi que mi piel estaba perfectamente. Miré y remiré por todos lados, cuello, piernas, pecho… Y nada, ni rastro de las heridas que sentí mientras lo hacía con esa chica. Volví al cuarto sintiéndome muy confuso y reparé en una hoja de papel colocada entre las páginas de un libro que estaba en la mesilla de noche. Me acerqué y la leí:

Querida víctima, prometo estar ahí y darte momentos como el de ayer siempre que te encuentres con aquello que te hace sentir ese dolor tan profundo. Cuando la veas coger su mano, estaré ahí. Cuando la veas besarle, estaré ahí. Cuando simplemente pienses en que ella estaría mejor contigo, créeme, estaré ahí. Recuerdos y besos, siempre contigo: Zeloak.”

Caí sentado en la cama, con miles de ideas rondándome la cabeza. Bajé la vista y observé que en el libro había una palabra que me resultaba familiar. Era un diccionario. De pronto lo entendí, y mi voz tomó la iniciativa haciendo que la palabra resbalase de mis labios:

-Zeloak… Celos.- Oculté la cara entre mis manos y di rienda suelta al llanto, pensando en las noches que me esperaban, amargas y dolorosas… Casi tanto como no tenerla.


1 comentario:

  1. guau. que forma de hablar de los celos y del dolor, me ha sorprendido, porque por un momento he llegado a pensar que era un hombre y no una mujer jajaja
    increible, me ha gusstado mucho

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