
Escuchando el sonido de una guitarra punteada suavemente siento cómo me escuecen los ojos y tengo que tragar saliva para no llorar. No pretendo hablar sobre un tema en concreto, solo quiero darle rienda suelta a estos pensamientos que hormiguean en mi cabeza y hacen que me tiemblen las manos. A veces me pregunto si nuestras emociones son de verdad producto de simples reacciones químicas. ¿Cómo es posible? No todo el mundo reacciona del mismo modo al mismo estímulo, ¿no es cierto?
Puede que alguien oiga la misma canción que estoy oyendo ahora y ni se inmute, mientras yo tengo un nudo en la garganta que no deja pasar la saliva. Me hace rememorar todas las cosas que en estos días me han hecho sentir triste, sola o nostálgica.
Los sentimientos son algo tan complejo como el mismo ser humano, es algo que escapa de nuestro entendimiento, por mucho que miles de expertos se afanen en descubrir el funcionamiento de esas sensaciones, ese escalofrío que nos recorre cuando vemos a esa persona, esa sonrisa que se dibuja en nuestra cara cuando vemos a un niño pequeño correteando y balbuceando las únicas palabras que sabe decir, ese dolor profundo en el pecho cuando alguien a quien amamos se aleja o deja de ser lo que era… ¿Quién puede explicar eso?
Nadie me podrá dar una buena razón para que yo lleve varios días casi sin sonreír, sintiendo cómo en mi pecho va creciendo un hueco vacío que antes estaba lleno a rebosar de ilusión, cariño y esperanza. Un hueco que cuando acabe de ensancharse será el lecho de una desolación y una decepcionante soledad que entretanto se dedica a rasgar mi garganta, provocando que me falle la voz cuando quiero hablar, obligándome a golpear las teclas con rabia o a agarrar el bolígrafo tan fuerte que en la hoja se hace un borrón que traspasa al otro lado de la misma.
Miente. Quien diga que puede explicar el por qué de los sentimientos miente. ¿Pero sabéis cuales son los más mentirosos? Aquellos que dicen que pueden eludirlos, que pueden acallar esa voz que les hace sentir de diferente forma según lo que pasa a su alrededor, aquellos que presumen de ser de hielo. Esos son los mayores mentirosos que he conocido nunca.
Pero, sinceramente, entiendo su posición. ¿Qué mejor que ser un bloque férreo e inmutable para huir de esas punzadas tan dolorosas que nos provocan los sentimientos más indeseables? Esos sentimientos provocados por miles de razones, pero en su mayoría son sentimientos que afloran a partir de la pérdida de alguien importante, o por no conseguir algo que deseábamos, normalmente relacionado con otra persona.
Conforme escribo me doy cuenta de lo que dependemos unos de otros, de la gran verdad que se esconde en la frase “el ser humano es un animal social”. Nos necesitamos, necesitamos de la gente a nuestro alrededor que nos atiendan, que nos quieran, que no nos fallen, que no nos decepcionen. Pero el más estúpido deseo que albergamos es el de que se queden para siempre a nuestro lado.
¿Por qué es un deseo estúpido? Mira, la vida es un camino largo, muy largo, angosto y lleno de curvas e intersecciones, desvíos y atajos que cada uno elige según se le va presentando la encrucijada. En ese camino encuentras personas que durante un tramo irán a tu lado, pero que tarde o temprano discreparán sobre la decisión que has tomado en cuanto a la dirección y tomarán la suya propia. La separación es dolorosa, pero así es la vida. Personas entran y salen de ella una tras otra, algunas vuelven y se quedan a tu lado un trecho más del camino, pero otras, tal y como los sueños que se olvidan, se marchan y nunca vuelven. Y te advierto, por experiencia, que es de ilusos tratar de asegurar la permanencia de alguien en tu vida, o de calcular el tiempo que ese alguien se quedará contigo, porque por suerte o por desgracia, es lo que tiene la libertad del ser humano: que lo hace impredecible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario