
Giré colocándome sobre su cuerpo. Sus labios recorrieron mi mandíbula con suavidad, sentía el latido de su corazón golpeando contra su pecho, que a su vez golpeaba contra el mío de lo pegados que estábamos. Mis dedos se aferraron a su pelo, atrayéndolo aún más hacia mí mientras susurraba en su oído promesas de amor eterno que en el fondo de mi alma sabía que quizá nunca se cumplirían. Él puso un dedo en mis labios para hacerme callar y luego hizo bailar la yema del mismo desde el filo de mis labios hasta mi hombro, pasando por todo el largo de mi cuello, mientras pegaba su frente a la mía y sonreía, mirándome como si no hubiese otra persona en el mundo, como si yo fuese esa causa primera a la que ha de agradecer la existencia de todo lo que es.
Mi respiración se aceleraba, a pesar de que sus caricias eran gentiles, amables, delicadas… Pero mi pecho se perdía en un vaivén de subidas y bajadas que hacía que se me formase un nudo en la garganta. Pude ver en sus ojos la preocupación que mis nervios le producían y sostuve su cara entre mis manos, acariciando sus mejillas con la yema de mis pulgares mientras me acercaba a besarle, primero tímidamente, presionando mis labios contra los suyos muy despacio, para luego perfilarlos con la punta de mi lengua y volver a besarlos más prolongadamente, cuando sentí cómo su lengua se abría paso entre mis dientes dubitativa, en busca de la mía. Salí a su encuentro y nuestras lenguas comenzaron una lucha cuerpo a cuerpo, apasionada, entrelazadas como si de un momento a otro se fuesen a fundir y no fuesen a separarse jamás. Entonces fue cuando lo sentí.
Su cuerpo encajó en el mío como si fuésemos piezas de un mismo puzle que llevasen mucho tiempo queriendo encontrarse. Ahogué un quejido en sus labios y él recorrió todo mi cuerpo con sus dedos suaves, entreteniéndose en deslizarlos a lo largo de mi columna, de arriba abajo, inundándome de una sensación de paz insólita. Rodó por la cama y me hizo sentir su peso sobre mí, pero no del modo en que tienes que soportar un peso incómodo, sino dándome una protección. Era un peso que me hacía sentir segura, feliz. Notaba mi cadera acompasándose a sus movimientos, intensos pero lentos y cuidadosos. Rodeé su cuello con mis brazos y él ocultó su cara en el mío, llenándolo de besos y recorriéndolo con sus labios húmedos, intercalando algún que otro mordisco que me hacía suspirar de placer. Mis uñas se clavaban sin querer en la piel de su espalda y él reía entre dientes, reía de júbilo y quise extrañarme, hasta que me di cuenta de que yo también lo hacía.
Busqué su boca con la mía y volvimos a fundirnos en un beso intenso, verdadero. Un beso que transmitía todo aquello que no podíamos decir con palabras. Mis piernas temblaban rodeando su cintura y vi que sus brazos con los que se agarraba al colchón, también temblaban. Sentí ligeros espasmos en mi vientre y de mi garganta salió, a pesar de que quise evitarlo, un gemido roto por el placer mientras oía que sus labios emitían otro igual, llegando ambos al clímax con la respiración agitada, abrazados, con los ojos cerrados y la piel perlada de sudor. Se apartó ligeramente para no dejar caer en mí su peso, pero aún rodeándome con un brazo para que me acomodase sobre su pecho, en el cual comencé a dibujar circulitos con los dedos sin poder borrar de mi boca la sonrisa tan amplia que se había apoderado de ella.
Él acariciaba mi pelo y tarareaba nuestra canción tan bajito que a duras penas podía oírle. Le miré de reojo y sin poder aguantarme más susurré:
-¿Por qué nunca me dices “te quiero”?
- Todo el mundo dice te quiero… Ya no significa nada.
- ¿Has estado viendo Ghost? – Me burlé. Pero de repente me puse seria.- ¿Cómo sé que me quieres?
- Porque te lo acabo de demostrar. Y lo haré todos los días de mi vida, hasta que dejes de pedirme que te lo diga porque te baste con mis actos.
- Hmmm… ¿Es un trato?
- Es amor. – Susurró contra mi pelo y, agarrando mi barbilla con los dedos, alzó mi cara para darme un beso en los labios.
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