Era la hora de cenar y yo
aún estaba sentado en mi tienda, dándole vueltas a la misteriosa caja musical,
acariciando las aristas de la joya que coronaba la tapa. La cremallera de la
tienda estaba abierta, por lo que nada impidió que Beth se colase por la
entrada y se sentara justo frente a mí. No pude evitar soltar un largo suspiro
de impaciencia.
-Ni siquiera he empezado a
hablar y ya quieres echarme. ¿Te parece bonito? – Se rodeó las rodillas con los
brazos y me mostró una sonrisa que no tenía nada de alegre. Le había dolido mi
gesto y no podía culparla.
-¡Vamos Mike! ¿Eso es lo mejor que tienes? – Beth agarraba el mando de
la consola con firmeza y movía sus pulgares a la velocidad de la luz sobre los
botones, haciendo que su Vegeta machacase a mi Son Goku. Cuando la pantalla
mostró un siniestro brillo rojizo que la anunciaba como ganadora, me dejé caer
de espaldas sobre la cama con un largo suspiro.
-¡Es imposible ganarte! – Estaba realmente enfurruñado. No era
especialmente competitivo, pero si competía contra Beth… bueno, esa era otra
historia. Ella se limitaba a mirarme con una petulante sonrisa que me ponía de
los nervios.
-Nada de lo que no te hubiese avisado. – La fulminé con la mirada y de
repente se escucharon disimuladas risas en el pasillo. Las voces que lo cruzaban
intentaban, sin éxito, pasar desapercibidas. Mis ojos se impregnaron de un
angustioso brillo que intenté ocultar, pero Beth me conocía demasiado bien.
Abandonó su prepotencia para levantarse y cerrar de un portazo, tras lo cual
las voces se acallaron. Aún no sé si de verdad fueron más considerados o fue la
puerta la que ahogó su indiscreción.
Miré agradecido a mi amiga y ella se limitó a encogerse de hombros. Se
tumbó a mi lado y tiró de un fino hilo de mi colcha. Parecía querer decirme
algo, pero no apartaba la mirada de su, al parecer, fascinante cometido.
-Escúpelo. – Le insté. Fuera lo que fuese, era mejor escucharlo de su
boca que en mi propia cabeza.
-¿Por qué dejas que juegue contigo de esa manera? – Su pregunta
escondía verdadera curiosidad, pero también un dolor que no sabía explicar. Me puse
de lado, para devolverle la mirada y me encogí de hombros.
-Jeremy también le deja. Esté o no jugando, el que aguante más, se la
lleva. ¿No funciona así? – Ella negaba con la cabeza antes de que yo hubiese
acabado.
-¿De verdad crees que ella está jugando con Jer? Él acepta lo que hay,
no sufre. Él está a gusto compartiéndola contigo, por muy incomprensible que
parezca. – Suspiré de nuevo y me tapé la cara con las manos para frotarme los
ojos con suavidad. Noté los dedos de Beth agarrando los míos para apartarlos,
pero lo que no me esperaba era encontrar su cara tan próxima a la mía. Sus labios rozaron mi frente y pude ver cómo tragaba saliva sin separar
su boca de mi piel. Se apartó con deliberada lentitud y mientras se levantaba,
hablaba con diligencia casi robótica.
-Bien. Descubriremos a quién quiere de verdad esa pequeña manipuladora.
– Fruncí el ceño y me incorporé, dispuesto a gritarle que ella no tenía ningún
derecho a insultar a Sophie. Pero entonces, ella me sonrió con tristeza y salió
por la puerta. – Feliz día de San Patricio.
-Lo siento. – Susurré.-
¿Qué querías? – Beth estaba cogiendo la cajita que tenía entre mis manos cuando
me oyó. Puso los ojos en blanco antes de contestar con un evidente tono
sarcástico.
-No sé. Pasear el culo. ¿A
ti qué te parece? Solo quería saber cómo estabas. – Aún estaba molesta, por lo
que no me extrañó que me tirase la caja al estómago. Se arrastró hasta la
entrada y allí se paró sin mirarme. – Mañana es San Patricio. Avísame cuando no
tengas tan malas pulgas para darme tu opinión sobre mi regalo de aniversario
para Rick.
Y se marchó.
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