PupumPupumPupum. Pupum. Pupumpupum.
Pupum.
—¿Estás
bien? Tienes mala cara. — PupumPupumPupum.
Sonreí con cierto esfuerzo y negué con la cabeza.
—Estoy
perfectamente. Serán imaginaciones tuyas. — De nuevo una sonrisa. PupumPupumPupum. Sus ojos se agitaban nerviosamente registrando mi rostro en busca de algún signo de debilidad. No lo
encontró. PupumPupum. Seguí caminando
con la intención de escapar a su incisivo interrogatorio. No solo podía
oírlo, podía sentirlo. Podía notar cada latido irregular que acosaba mi pecho
bajo la piel.
—¡Quiero que
me lo digas! —Insistió ella, imprimiendo un tono en su voz que rayaba lo
infantil. Corrió para cortarme el paso y colocarse frente a mí con los brazos
en jarra. PupumPupumPupumPupum. Estaba tan cerca de mi rostro que podía percibir el aroma de ese estúpido
chicle con sabor a fresa poco duradero que le gustaba mascar. — ¡¿En qué
piensas?! Soy tu amiga, puedes contármelo.
—Solo tengo
sueño, no es nada en especial. Ya sabes cómo me pongo cuando no duermo. —Su argéntea mirada se clavó en mí con escepticismo por última vez. Luego, pareció darse por vencido aunque, por si
acaso, oprimió mi cintura con un fuerte abrazo. Pumpumpumpumpumpumpumpum.
—Está bieeeen.
Vamos. —Tiró de mí para que siguiéramos caminando y me soltó para echar a correr. Llegó a su portal en apenas
un par de minutos. Mientras, mi pecho seguía amenazando con abrirse de par en
par para dejar respirar a mi alborotado corazón.
Cuando
llegué, poco después que ella, la encontré manchando el cristal de la puerta
con vaho y dibujando en él algo que, si le echabas imaginación, podría ser un
perro. Saqué sus llaves de mi bolsillo, a ella no le gustaba que sus bolsillos quedaran abultados. Abrió la puerta con algo de prisa, impulsada por el frío que
comenzaba a azotar la calle. Me quedé inmóvil, con la vista fija en su espalda, y ella se dio la vuelta con aire confuso.
—¿No vas a
entrar? —Pupum. PupumPupum. Pum. Pum. Negué
con la cabeza.— ¡¿Por qué?!
—Ya te lo he
dicho, me muero de sueño… —Definitivamente no se creía ni una palabra, pero no
quiso ahondar más en el asunto. Suspiró y volvió a abrazarme. PumPumPupumPupumPumPumPupumPumPum. Empezaba
a faltarme el aire.
Me aparté
rápidamente y le dediqué la más sincera de mis sonrisas. Agité la mano en señal
de despedida y comencé a andar de espaldas hasta que ella se hubo despedido y
perdido tras la puerta, entonces me di la vuelta y aceleré el ritmo. Pupum. Pupumpupum. Pupumpupumpupum. Presioné
la palma de mi mano en el lado izquierdo de mi pecho.
— ¡Oiga! —Di un respingo y luego me giré ante la llamada de atención de un desconocido. Pupum… Pum. Tumbado en el hueco entre
dos contenedores, un hombre desarrapado me dedicaba una sonrisa lastimera por
encima de unas raídas mantas.— ¡Lo escucho desde aquí!
—¿El qué?
—Le pregunté, ralentizando el paso sin llegar a detenerme. Pupum...
—Su corazón
roto. —Pum. Entonces me detuve. Y aún sigo allí.
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