-Déjalo estar, hermano. Aún
no ha superado lo de Sophie y para él los culpables somos nosotros. Hay que
entenderlo, después de todo no le falta razón.
-¿Crees que nosotros
tuvimos la culpa? – Me giré para mirar a mi hermano a los ojos y vi en ellos
verdadera indignación. Me encogí de hombros.
-Después de todo, ella
desapareció después de discutir con nosotros, después de que la hiriésemos.
-No, Mike. – Se levantó y
tiró el trapo al suelo. – Ella discutió contigo. Y la heriste tú. Sin embargo
no me has oído decir jamás que creyese que fuera tu culpa. Me equivoqué al
esperar la misma actitud por tu parte.
Salió de la tienda como un
huracán, sin ni siquiera mirarme. Apreté con fuerza el hielo entre mis manos,
sintiendo una fuerte picazón, pero no me moví hasta que el hielo se derritió.
Caí de rodillas al suelo y arañé la tierra con frustración, mordiéndome el
labio para no gritar, hasta el punto de hacerme sangre. De repente oí una suave
melodía, como una caja de música. Al girarme ya no se oía nada, pero ahí estaba
la loba de aquella mañana, mirándome con infinita tristeza, como si compartiese
mi dolor.
Reculé hasta dar con mi
espalda en la lona de la tienda temblando. Definitivamente esa loba se había
arrepentido de dejarnos con vida. Se acercó despacio y cuando llegó frente a mí
entreabrió la boca, mostrando unos colmillos increíblemente blancos y afilados.
-Al menos después de esto
no tendré que vivir con la culpa. – Tragué saliva y observé cómo el animal, al
oírme, hacía un movimiento brusco hacia mí. Me cubrí con las manos esperando el
final, pero el final no llegó. Solo sentí un ligero cosquilleo en mis manos y
las bajé para ver qué pasaba. La loba estaba lamiéndome las manos enrojecidas
por el frío de hielo y, como si de magia se tratase, mis manos volvieron a su
color normal.
-Vaya, así que no vas a
comerme. –Tras eso casi me da un infarto. O quizá dos, ya que oí de repente una
voz en mi cabeza, una voz profunda que susurraba.
- Pareces decepcionado,
Michael. – Empecé a toser con fuerza, ya que la saliva había decidido coger una
ruta alternativa por mi garganta por la sorpresa. La loba acercó su hocico a mi
cuello y con un solo roce las molestias de mi garganta desaparecieron.
-¿Qué, qué eres? – La voz
en mi cabeza volvió a aparecer, acompañada esta vez de una suave risa.
-Pregunta mejor quién soy.
Otra cosa es que te responda. – Frotó la cabeza contra mi hombro. – Michael,
escucha. No te tortures más. Nadie tiene la culpa.
-¿De qué?
-Ya sabes tú de qué.
Y sin dejarme preguntarle nada más sentí una ráfaga de aire y la loba volvió a desaparecer. Sin saber muy bien por qué me levanté y miré en mi mochila. Allí encontré una caja del tamaño de mi puño, de color negro y con una pequeña piedra incrustada en la tapa. Un ámbar. A un lado tenía una especie de llave de cuerda, la giré y la tapa se abrió, emitiendo la misma melodía que había oído antes de aparecer la loba.
Y sin dejarme preguntarle nada más sentí una ráfaga de aire y la loba volvió a desaparecer. Sin saber muy bien por qué me levanté y miré en mi mochila. Allí encontré una caja del tamaño de mi puño, de color negro y con una pequeña piedra incrustada en la tapa. Un ámbar. A un lado tenía una especie de llave de cuerda, la giré y la tapa se abrió, emitiendo la misma melodía que había oído antes de aparecer la loba.
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